Por supuesto, una vez que el alimento se ha descongelado, no debemos volver a someterlo otra vez al proceso de congelación, puesto que ya se ha roto la cadena de frío. El pan y la bollería pueden congelarse durante seis semanas, mientras que las carnes de ave y vacuno resisten hasta tres meses. No obstante, no es recomendable congelar fiambres ni embutidos. Respecto al pescado, es bueno congelar determinadas especies, como la merluza, el salmón y el bacalao.
¿El motivo? Estos pescados pueden contener un parásito muy dañino para las personas, el anisakis, que resiste las altas temperaturas, por lo que no muere al ser cocinado. Pero no es inmune a las temperaturas bajo cero, por lo que la congelación aporta mayor seguridad en el consumo de pescado. Los productos lácteos tienen distintas capacidades para aguantar, en buen estado, en la cámara frigorífica de congelación. La leche y el yogur se cortan, por lo que no pueden congelarse, pero la mantequilla y numerosos quesos pueden permanecer varios meses congelados.
Por su parte, los huevos pueden congelarse, pero sin cáscara. Las frutas y las hortalizas soportan bien el proceso de congelación, con las excepciones de los tomates, los limones enteros, las lechugas y las coles. Estos alimentos no sólo pierden su textura, sino que pueden llegar a pudrirse. En Igloo Refrigeración, como expertos en cámaras frigoríficas, repasamos algunas pautas para optimizar el uso de estos equipos. En este sentido, es importante utilizar envases aptos para el congelador. Si son de plástico, éste tiene que tolerar las bajas temperaturas o podría romperse.
También hay que eliminar el aire retenido en los recipientes y envoltorios. Para evitar las quemaduras que puede producir el frío, es fundamental retirar el envase original de las carnes y envolverlas en papel de aluminio. Por último, etiquetar los alimentos y anotar la fecha de congelación con un rotulador indeleble nos ayudará a saber qué productos hay en la cámara y cuánto tiempo llevan ahí.